J.J. Abrams es uno de los maestros del entretenimiento más comercial. Es un genio absoluto del marketing y sus estrategias están basadas en el secretismo más absoluto como modo de generar expectativas. En la actual era de la información en la que se despelleja una película o se le salva la vida, ya que los quinientos trailers previos al estreno han desvelado la película al completo, es un modo muy beneficioso para el espectador de llamarle la atención y que quiera comprar la entrada.
Todas esas estrategias solo pueden ser la explicación de que la mediocre Cloverfield (no deja de ser una película de catástrofes/supervivencia ante amenaza desconocida mil veces vista, aunque con la diferencia de que se empleó el found fotage para narrarla) tuviera el éxito comercial que tuvo, aparte de la inmejorable campaña viral.
Y Abrams sigue jugando con sus cajas:
Anunciar una película de la nada más absoluta a semanas de su estreno, sin ninguna clase de filtración de por medio. Es más: hacer lo mismo con un producto perteneciente a una franquicia. Guardarlo todo en un bunker hasta que viese la luz como algo completamente inesperado.
Los bunkers. Esa arca de Noé de las últimas décadas. El darwinismo, el superhombre. La idea de que solo los fuertes sobreviven. Esos complejos subterráneos creados para los justos, mientras que en el exterior la raza humana es purgada. Ese fanatismo, casi religioso, de creerse más necesario que el resto, de creerse un elegido y que, por ello, debe sobrevivir al apocalipsis. La lucha por la supervivencia a toda costa, con una pseudocoartada humanista, para justificar las verdaderas motivaciones que están detrás de todas esas acciones. Tal vez los fuertes no puedan aceptar que son unos monstruos. ¿Quién es el fuerte entonces?
Calle Cloverfield 10 nace de la compra por parte de Bad Robot un guion para un episodio especulativo escrito por Josh Campbell y Matthew Stuecken, en 2012. Abrams entonces llamó a una de los escritores y guionistas más talentosos (al menos, si tenemos que juzgar esa pequeña obra maestra que es Whiplash) de entre los creadores cinematográficos de Estados Unidos para que depurase el guion y lo enlazase con Cloverfield de algún modo: Damien Chazelle (que además, en un principio, la iba a dirigir él mismo). Y si bien, el guion se ha visto fortalecido en algunos aspectos, en otros se muestra algo errático.
La dirección ha recaído en el debutante Dan Trachtenberg, que ya llamó la atención con su corto tributo al videojuego Portal: No Escape.
Su dirección supone una envidiable carta de presentación al gran público, dando la sensación de ser un realizador más experimentado de lo que realmente es. Su manejo constante de la planificación y composición para transmitir todo lo que debe transmitir la imagen es magistral. Logra imágenes que transmiten toda la claustrofobia que pide un guion de estas características. Como lo es el modo en que hace uso de los puntos de vista, de la intriga, la sorpresa y el misterio. Tratchenberg emplea técnicas clásicas, aunque efectivas, para mantener tu atención en todo momento.
Clasificar esta película en un solo género, es algo cuestionable, aún más si entramos en los subgéneros. Tiene elementos de terror, tiene elementos de thriller, tiene elementos de ciencia ficción. Es una película que aglutina muchas cosas (lo cual va en su detrimento en un tercer acto que roza lo absurdo). La inclusión de determinados sujetos de forma totalmente explícita como amenaza externa, rompen con el tono que contiene el resto de la película (esta película debe mucho a The Twilight Zone o a la serie B de los cincuenta y sesenta). Eso también se ve desfavorecido por la dilatación innecesaria de metraje que se invierte en ese clímax que va dando volantazos sin ningún rumbo fijo ni predeterminado hasta una conclusión algo forzada e insatisfactoria. Probablemente la película se hubiese visto fortalecida si el director hubiese sabido en qué momento debería haberla terminado.
El guion, tiene otros defectos argumentales, pero sus virtudes son ampliamente superiores. Reflexiona haciendo una comparación entre el bunker y su dueño: Howard como reflejo de nuestra sociedad desquiciada en la que vivimos. Es un guion que si nos ceñimos a las lecturas simbólicas que hay en los dos primeros actos, podríamos adentrarnos en lo más profundo y oscuro de la sociedad y de las personas que las habitan. Aparte de todo ello, contiene multitud de referencias literarias sutiles. Toda una delicia para el ojo avizor.
El talento narrativo visual que destila el realizador es más que palpable. Trachtenberg sorprende constantemente. Cuando crees que conoces todo lo que está en juego, añade más piezas, aunque nunca llegue a estar el puzle completo y al espectador y a los personajes con los que comparte punto de vista, como sucede con el gato de la película, siempre les falte un ojo. Escenas portentosas como las del juego de las adivinanzas son prueba de ello.
El minimalismo de la película se traduce también en el reparto. Pero, sin ninguna duda, la película no hubiese sido tan efectivo si no estuviese detrás ese genio llamado John Goodman. Goodman vuelve a hacer una gran interpretación, aprovechándose de todo su corpulento físico para hacer de una figura intimidante e imponente. A su vez, dota a al personaje de ambigüedad que enriquece a su Howard. Puede resultar una figura trágica, como al siguiente momento puede ser terrorífica. Es la personificación del terror introspectivo bien entendido. Dando muestras de contención, su mera presencia da una sensación de tensa calma. Él es el causante del detonante y sobre lo que gira toda la trama. El objetivo principal es descifrar su psique, comprenderle para descubrir la verdad. Algo que jamás llega a suceder, ya que jamás llegamos a saber exactamente cuáles han sido sus acciones previas al arranque de la película (lo cual supone una acierto del guion). Es un personaje que vive aislado en su punto de vista, que lo justifica todo. Es un personaje que cree tener una misión vital, y es su propia supervivencia. Calificarlo de psicópata sería lo más sencillo, pero da muestras de empatía. Es un personaje complejo, con muchas capas y lecturas que Goodman lo personifica a la perfección, imprimiéndole todo lo que el personaje requiere de una forma con la que hace muestra de su veteranía. Sin duda uno de los secundarios de lujo que puede hacer que una película engrandezca solo con su participación.
La otra gran interpretación de la película se la ha ganado por derecho propio Mary Elizabeth Winstead. La actriz sigue dando muestras de credibilidad con su trabajo. En este papel ella es el espectador, compartimos punto de vista y misma información en todo momento. Si por algo destaca, aparte de lograr plantar cara a un Goodman pletórico con mucha soltura es de una gran solvencia que funciona en todas las escenas en las que aparece. Sin lugar a dudas, dota de un carisma al personaje que hace que el personaje sea más interesante de lo que podría parecer.
Por último, John Gallagher Jr. queda reducido a un rol meramente secundario, pero, a pesar de ello, hace todo lo necesario para que su presencia sea justificada.
La banda sonora, compuesta por Bear Mcreary, si bien no la considero tan impactante como debería, sí que resulta un notable acompañamiento a las imágenes, ya que contribuye a generar esa tensión. También acierta a la hora de encapsular y comprender al personaje en las partituras que compuso. También hay un gran grado de acierto en la selección de los tres temas musicales no originales que se escuchan en la película. Sirven para rebajar el nivel de crispación, pero están seleccionados de forma un tanto irónica, si atendemos al tono del filme y lo comparamos con las letras que tienen, y los sonidos optimistas que destilan.
Calle Cloverfield 10, aun con sus errores (fundamentalmente concentrados en el guion), supone un estupendo ejercicio narrativo. Una película, que si bien no inventa nada nuevo, si que actualiza determinadas características, además de estar contada de forma sumamente portentosa. Una ópera prima de un director que hace gala de un talento al que convendrá estar atento.
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